Según el artículo 81 del Código Civil, dos cónyuges no pueden presentar el divorcio hasta que hayan transcurrido tres meses de la celebración del matrimonio, salvo que se justifique que existe un riesgo para la vida, para la integridad física o moral, para la libertad o para libertad e indemnidad sexual del cónyuge demandante o de los hijos de ambos. Para solicitar el divorcio basta con interponer una demanda para disolver la unión y, si los cónyuges se reconciliasen una vez dictada sentencia, podrían contraer de nuevo matrimonio. Con el divorcio se pierden todos los derechos sucesorios que se establecen por Ley a favor del otro cónyuge.
Existen dos tipos de divorcios: divorcio de mutuo acuerdo y contencioso. En el primero de ellos, los cónyuges deben firmar un acuerdo por escrito, que se denomina «convenio regulador», donde manifiestan su deseo de divorciarse y se regulan todas las consecuencias de la separación (guarda y custodia de los hijos, régimen de visitas, pensión de alimentos, uso de la vivienda, liquidación del régimen económico, etc.). El segundo tipo de divorcio se da cuando no existe un acuerdo entre los cónyuges en cuanto a la solicitud de divorcio o las consecuencias estipuladas en el convenio regulador. En este caso cualquiera de ellos podrá solicitar al juzgado que dé lugar a un procedimiento de divorcio para disolver el matrimonio y establezca las pautas. Este proceso supone un mayor coste económico, anímico y de tiempo para ambos cónyuges.
El divorcio suele ser un proceso duro y tedioso, el cual no debemos olvidar que no solamente afecta a los cónyuges, sino que también se ven afectados, si hay, los hijos de ambos. El objetivo principal de la sentencia suele ser pautar lo que más beneficie a los menores y por eso no debemos obviar que se puede conseguir que el proceso no se convierta en un trámite demasiado doloroso para ellos.
A pesar de que el concepto familiar conocido hasta la fecha vaya a devolverse, los progenitores no dejan de ser en ningún momento su «padre» y su «madre», por ello deben velar por que los sentimientos y muestras de confianza, afecto y amor sigan estando presentes. Lo ideal serían que los cónyuges encontraran un equilibrio, en cuanto a toma de decisiones, para llegar a acuerdos que faciliten la vida de los hijos y creen un vínculo de cooperación para propiciar una situación estable.
Los conflictos constantes, la exposición de las menores ante las discusiones, las muestras de menosprecio, la falta de comunicación, etc. son algunos ejemplos de realidades que no benefician en absoluto a los niños y que pueden afectar al desarrollo de su personalidad. A pesar de lo complicado y doloroso de la situación, es fundamental, si queremos que nuestros hijos vivan este proceso de la forma más amena y sana posible, sobreponerse a la rabia y al rencor y seguir las siguientes recomendaciones: Mantener una actitud calmada y positiva. Es importante transmitir al niño la sensación de que todo va a ir bien y mostrar que sus padres siguen estando para él pase lo que pase. Ayudarles a comprender qué está sucediendo y a construir el proceso emocional que están viviendo. Mantenerlos siempre al margen de los conflictos existentes entre la pareja. Proporcionar al menor una buena imagen del otro en lugar de llenar su mente de menosprecio y palabras de odio. Buscar soluciones a las dificultades que se planteen por el camino para ayudar así al proceso emocional que atraviesa el niño, pues esto va a afectar también a su manera de enfrentarse a problemas futuros. Anteponer a las diferencias conyugales el bienestar de los niños y luchar por lograr acuerdos beneficiosos para ellos.