Con motivo del trigésimo aniversario de la aprobación de la ley del cielo de Canarias, que tendrá lugar el 31 de octubre, Federico de la Paz ha hecho público un escrito en el que señala que el derroche de energía que las grandes urbes producen para alumbrar sus calles, más que iluminar, encandila a los ciudadanos.
Reconoce que la iluminación eléctrica ha supuesto un avance importantísimo para los ciudadanos pero apunta que también impide a los ciudadanos disfrutar del cielo nocturno y de sus estrellas.
De la Paz pregunta dónde termina la necesidad y empieza la ostentación, y también quiere saber cómo se puede marcar un límite entre el servicio público y el derroche energético, y si se ha caído en el error de vincular el desarrollo social con el despilfarro.
Señala que bajo los cielos el humano ha aprendido a orientarse, así como a saber en la estación del año en la que vivía y ha mirado a las estrellas para decidir si tocaba recoger la cosecha o para inspirarse con representaciones artísticas.
Pero en la actualidad, el excesivo alumbrado de los núcleos urbanos provoca un destello difuso en el cielo, que dificulta alzar la mirada y ver algo distinto a la Luna, y eso se debe a lo que se conoce como contaminación lumínica, “que ahora empieza a no pasar tan desapercibido”.
Producido avances y modificado instalaciones
Federico de la Paz dice que desde que hace treinta años el Parlamento español aprobase la Ley sobre la Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) se han producido avances y se han modificado instalaciones de alumbrado público para frenar la contaminación lumínica.
Comenta que con un simple cambio de bombillas que consumen menos, o con alterar la orientación de las farolas para que la luz se dirija hacia abajo y no en todas direcciones, se consigue controlar el problema.
Según datos de la Oficina Técnica de Protección del Cielo del IAC, el consumo de energía se reduce utilizando luces adecuadas (como las de sodio de baja presión y ledes) y con apagados durante las horas de la noche de aquellas bombillas que no sean necesarias, en un 25 por ciento como mínimo, pudiendo llegar hasta un 40 por ciento.
Además, con farolas adecuadas que dirijan la luz hacia el suelo, dejando libre la bóveda celeste, se ilumina solo aquello que interesa y, según los expertos, se respetaría mucho más a varias especies animales de hábitos nocturnos que se ven afectadas por tanta luz.
Federico de la Paz hace una comparación entre luz eléctrica y agua corriente, y apunta que nadie permitiría que una fuente ornamental no tuviese un circuito cerrado para que el líquido fuese reaprovechado, ya que tirar el agua está mal visto.
Pero, subraya, desperdiciar luz en una farola que ilumine demasiado parece no haber “calado hondo en la conciencia pública, a pesar de ser este un recurso no renovable. La electricidad se extrae del uranio, petróleo y carbón, todos ellos agotables y contaminantes”. EFEfuturo
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