Lavadoras que dejan de funcionar a los pocos años de su compra, impresoras que se estropean sin motivo aparente o cámaras de fotos que quedan inservibles cuando llegan a un número determinado de disparos son algunos ejemplos de un fenómeno, cada vez más molesto para el consumidor, conocido como obsolescencia programada.
Ahora, el Gobierno federal belga quiere poner freno a esta práctica y ha presentado un estudio realizado por la asesoría medioambiental RDC en el que se proponen algunas fórmulas para contrarrestar la obsolescencia programada.
La vecina Francia ya aplicó medidas contra la limitación de la vida útil de los artículos electrónicos cuando aprobó en 2015 una ley con la que se castiga a los fabricantes que establezcan de forma predeterminada la durabilidad de un producto con una pena de prisión de dos años y una multa de hasta 300.000 euros.
El director general de RDC, Bernard De Caevel, explicó a Efe que los consumidores se sienten cada vez “más descontentos”, y aseguró que “no hay pruebas” de que las compañías planifiquen la vida de sus productos, por lo que el problema sería una consecuencia de la “reducción de los costes” en la fabricación.
En su estudio, RDC sugiere que fabricantes y empresas proporcionen la información sobre la vida útil de sus productos a los consumidores y, al mismo tiempo, animar a que éstos adquieran artículos más duraderos. “La clave es que esta información sea fiable y esté disponible para el consumidor”, señala De Caevel.
Vída útil del producto
Según el informe de RDC, es fundamental que el comprador reciba una estimación de la vida útil del producto basada en “criterios reales”, facilidad a la hora de llevar a cabo reparaciones y que el precio de los repuestos nunca sea superior a las dos terceras partes de lo que se pagó inicialmente por el artículo.
De Caevel también aboga por aumentar la garantía de los productos en función de su precio para hacerla “más flexible”, de una manera proporcional y ascendente.
A escala comunitaria, el Plan de Acción para Economía Circular aborda la obsolescencia “prematura”, modo en que se denomina este asunto desde la Comisión Europea (CE), con una serie de acciones para respaldar a los productos más duraderos y reparables.
Obsolescencia programada
Como parte del Programa de Investigación e Innovación Horizonte 2010, la CE propone actualmente una acción para el desarrollo de un programa independiente de pruebas que identifique prácticas relacionadas con la obsolescencia programada, así como la manera de abordar estos casos durante el periodo de 2018 a 2020.
Asimismo, la Unión Europea (UE) presentó recientemente una serie de requisitos potenciales como parte de su programa de “Ecodesign” y economía circular que buscan alargar la vida de los productos y asegurar que sus componentes son reparables.
Entre los requisitos se incluyen evitar técnicas de sellado que impidan el desmontaje de determinados componentes, proporcionar un sistema de eliminación de datos digitales en dispositivos de almacenamiento y un mantenimiento obligatorio del “firmware” por los fabricantes, que debe estar disponible para terceros bajo solicitud.
Sin embargo, esta particularidad en las fases de diseño y producción de algunas compañías no siempre fue la norma y, como suele ser habitual, la historia proporciona las respuestas.
Durante finales del siglo XIX y principios del XX, los productos se fabricaban para que durasen lo máximo posible, y prueba de ello es la célebre “Centennial bulb”, una bombilla que lleva funcionando en California, EEUU, desde hace más de 115 años, cuando en 1901 fue encendida por primera vez.
La bombilla “más duradera del mundo”, cuyos filamentos nunca se han fundido, está en el Libro Guinness de los Récords y tiene incluso una página web donde es filmada por una cámara a tiempo real y durante las 24 horas del día.
Otro artículo cotidiano, las medias de nailon, se convirtieron junto a las bombillas en el primer producto cuyo diseño fue empeorado a mediados del siglo XX con el objetivo de reducir su duración.
La compañía química DuPont había creado una fibra sintética revolucionaria, el nailon, cuya resistencia y durabilidad hizo que sus fabricantes se replantearan la rentabilidad de un producto tan sólido que llegó a usarse para remolcar coches. EFEverde
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