Arnold (1956) se convertirá mañana en la quinta mujer en recibir el Nobel de Química y lo hace por crear la evolución dirigida de enzimas, que permite la fabricación de sustancias químicas más inocuas para el medioambiente.
La química ha sido “causa de degradación del medioambiente”, pero a la vez la gente la quiere. “Todo lo que hay en esta habitación, lo que vistes e incluso, desafortunadamente, parte de lo que comes es producto de la química”, dice Arnold a Efe.
Según la nueva nobel estadounidense, si queremos ir hacia un futuro en el que “los beneficios no causen ese coste medioambiental, tenemos que ser mucho más listos” a la hora de hacer química.
La cuestión es si “extraemos petróleo para hacer productos químicos o usamos fuentes renovables como la dioxinas de carbono o la energía del Sol”, y ella lo tiene claro, pues con su trabajo contribuye a producir biocombustibles, medicamentos o detergentes más limpios.
Y para ello creó una técnica llamada “evolución dirigida“, con la que, usando las normas de la evolución natural, comprime los tiempos dentro de un tubo de ensayo para crear nuevas enzimas que permiten la fabricación de químicos más limpios.
La evolución ha llevado desde los organismos simples, hace 4.000 millones de años, a todas las formas de vida del planeta, es una “tremenda máquina de generar diversidad” y, si aprendemos a usarla, podremos “generar una enorme diversidad molecular para uso humano”, explica.
Donde las mujeres escasean
Arnold ha trabajado en mundos donde, hasta hace no mucho, las mujeres escaseaban. Empezó en la ingeniería mecánica, pasó a la energía solar, a la ingeniería médica y con 29 años llegó a la bioquímica y al Instituto de Tecnología de California (Caltech), donde sigue ejerciendo.
“Estaba acostumbrada a trabajar con hombres, me gusta”, destaca, para añadir que además en 1985, cuando terminó el posdoctorado y con el auge del movimiento feminista, “parecía que el mundo estaba despertando” y todas las universidades buscaban profesoras de ingeniería, así que tuvo “toneladas de oportunidades maravillosas” y las aprovechó.
Arnold no puede “imaginarse haciendo otra cosa” que no sea ciencia y asegura que es una carrera “tan gratificante que vale la pena trabajar duro en ella”.
Por ello, con una sonrisa, formula un mensaje para las nuevas generaciones de mujeres interesadas en la ciencia: “No la dejéis solo para los hombres, es demasiado divertida para dejarla solo para los hombres”.
Si se le pregunta cuál es la mayor satisfacción que le da su oficio cita rápidamente dos cosas: “trabajar con estudiantes listos” y ver como sus inventos, que a veces son de sus alumnos, “benefician a la mayor parte de la sociedad”.
Es casi imposible oírla hablar sin que cite a su equipo en el Caltech, formado -subraya- por “los mejores científicos jóvenes”, un grupo muy internacional y unido “por su profundo amor a la ciencia”.
A Arnold le gustan los estudiantes que quieren trabajar “muy duro”, que quieren hacer algo “importante” y que tienen “curiosidad, esa capacidad de generar ideas, de hacer preguntas sin temor a equivocarse (…) y de intentar algo sin miedo al fracaso”.
A algunos les sigue uniendo la amistad y proyectos comunes, esos proyectos que, como apunta, le llenan de satisfacción porque sus resultados llegan a la toda la sociedad.
Cita entre ellos la empresa Provivi, que ayudó a fundar y en la que, gracias a la evolución dirigida, los pesticidas para cosechas ya no son químicos contaminantes, sino productos hechos a partir de feromonas animales. “Es un proceso ecológico -indica- y el resultado es ecológico”.
La nueva nobel destinará el premio a donaciones. “Me siento muy afortunada por tener el suficiente dinero para hacer lo que tenía que hacer”, cuidar y criar a los hijos, y puesto que no le gusta “el despilfarro ni los excesos” el resto lo destina a organizaciones que cree que son importantes. EFE
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