Cómo gestionar el estrés de los cuidadores de personas con Alzheimer

No hace falta decir que el Alzheimer es una enfermedad muy dura, ya no solo para quien la padece, sino también para todo aquel que lo rodea. Esta patología conlleva la pérdida de memoria y de las capacidades a la hora de controlar emociones, de relacionarse con su entorno, de coordinar movimientos. El círculo de personas que rodea al afectado es crucial, tanto a la hora de realizar un diagnóstico precoz como durante todo el proceso de cuidado. 

Debido a la gran carga de trabajo (tanto físico como mental) que requiere estar al cuidado de una persona con EA, no es de extrañar que más de la mitad de los cuidadores no profesionales estén en riesgo de padecer algún tipo trastorno fisiológico y orgánico, como problemas respiratorios o de origen muscular. Lo más habitual es que estos cuidadores acudan al médico cuando ya no les queda otra. 

Antes de comenzar a atender a una persona con Alzheimer, el primer paso es comprender bien la enfermedad: en qué consiste y su progresión. Es un proceso complicado, pero es necesario entender a qué nos vamos a enfrentar y evitar así caer en posibles confusiones, como creer que la persona va a mejorar. De esta forma podremos mantenernos más motivados. El segundo paso es asegurarnos de que el entorno sea óptimo y seguro. Así podremos evitar algún que otro disgusto y reducir en nosotros algo de presión. El tercer paso es asegurarnos de que la persona se sienta cómoda, querida, respetada y apoyada. Es importante que estén tranquilos e interactúen con alguien paciente y comprensivo. 

Existen maneras de detectar que un cuidador no está afrontando la enfermedad de la manera más adecuada. Algunos síntomas pueden ser no aceptar del todo la enfermedad (de ahí la importancia del primer paso), generar frustración al ver la pérdida de las capacidades y no saber cómo afrontarla, descuidarse cada vez más —alimentación, vestimenta, entorno social…—, agotamiento, depresión, ansiedad, insomnio, mal humor, problemas de concentración o de salud (como los mencionados un poco más arriba), etc. 

Es importante que cuando detectemos en nosotros alguno de estos síntomas acudamos a un profesional. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que acaben deteriorándonos mental y físicamente.

Algunas soluciones podrían ser recurrir a programas de día —donde la persona con Alzheimer se encuentra vigilada y entretenida—, residencias para ingresos temporales, personal de asistencia a domicilio, visitas de enfermeros o incluso personal para las tareas del hogar que nos libere de cierta carga. 

También, como cuidadores, podemos contactar con asociaciones o grupos de apoyo para intentar aliviar la presión y el estrés. Existen diversas técnicas de relajación: meditación, ejercicios de respiración, relajación muscular, etc.; aunque también podemos mantenernos activos con ejercicio físico diario para reducir el estrés. Es de vital importancia tener un momento de desconexión donde nos dediquemos a nosotros mismos, y esto pasa por cuidar nuestra alimentación y nuestras relaciones sociales. A veces es importante saber cuándo decir «no». 

Por último, podemos asistir a programas donde explican nuevas herramientas para afrontar la enfermedad y técnicas para sobrellevar los cambios que se van sucediendo, tanto en la persona que padece la enfermedad como en nosotros.