Aunque su desarrollo tecnológico arrancó en 2006, mañana se cumple una década del lanzamiento oficial de la “más célebre” plataforma de audio en “streaming” del mundo, desde Suecia para el mundo, alterando para empezar la percepción fuertemente asentada de que la música había que poseerla para su disfrute.
En plena eclosión digital, los consumidores ya se habían acostumbrado por aquel entonces a que no hacía falta palparla en formato físico, pero por cada canción descargada de forma legal se adquirían 20 de manera ilícita, lo que había llevado al negocio a encadenar 8 años de pérdidas consecutivas (llegarían a ser 15).
Este sector pasó así de generar casi 23.300 millones de dólares en el año 2000 a cerca de 17.000 millones de euros en 2008 y tocar fondo en 2014 con 14.300, lo que supuso una contracción de casi el 40 por ciento, según cifras de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, por sus siglas en inglés).
Sólo en los últimos tres años se ha vuelto a la senda del crecimiento, hasta los 17.300 años de 2017, gracias al empuje del “streaming”, que amasó un 38 por ciento de los ingresos totales tras subir su facturación un 41% de un año a otro, mientras los formatos físicos siguen hundiéndose, con la excepción del vinilo.
Con 35 millones de canciones en catálogo, Spotify (cuyo nombre resulta de combinar las palabras “spot” e “identify”) se sigue presentando como el servicio de audio on-line “más popular del mundo”, con una comunidad de 180 millones de usuarios, 83 de ellos de pago, en 65 mercados del planeta (en marzo llegó a Sudáfrica, lo que supuso su desembarco en África).
Cifras económicas
También es el servicio que más retorno económico proporciona hoy por hoy al negocio de la música (9,2 billones de dólares a 31 de diciembre de 2017). Por cada usuario, paga 20 dólares a las discográficas, mientras que Youtube, el otro gigante del “streaming”, remunera a los artistas con menos de un dólar.
Los efectos de la compañía sueca no se han dejado sentir solo en lo económico. Desde el principio definió su modelo de negocio con una opción de pago “premium” que permite por ejemplo la escucha sin conexión a internet y, sobre todo, con una suscripción gratuita con publicidad que democratizó un acceso fácil, inmediato y permanente a la música, independientemente de la ubicación.
“Las discográficas, más grandes o más pequeñas, teníamos antes un monopolio porque éramos a las que se nos permitía acceder a los principales centros de distribución; con los medios de comunicación pasaba lo mismo: una radiofórmula no podía atender a 400 personas, sino a actores de la cadena de valor que le aportaban el 80% de su programación”, reconoce José María Barbat, presidente de Sony Music Spain.
Las emisoras de radio, sobre todo las “mainstream”, perdieron su predominio como prescriptoras de contenido, abriendo el abanico a sellos más pequeños, artistas independientes y músicas ajenas al hegemónico patrón anglosajón.
A nadie se le pasa por alto en este sentido el fenómeno de la música en español, con el colombiano J Balvin a la cabeza, quien llegó a destronar al canadiense Drake como el artista con mayor número de reproducciones a nivel mundial en Spotify.
“Estamos viviendo cosas tan increíbles como que un grupo de pop coreano llamado BTS sea uno de los mayores vendedores de tickets en EE.UU.”, añade Barbat, cuya compañía prepara en estos momentos el lanzamiento a nivel mundial de un artista española, Rosalía.
Y es que la ingente cantidad de datos que proporcionaba cada escucha de una canción permite además a sus autores identificar aquellos lugares donde su música es más apreciada y, por tanto, afinar mucho mejor las rutas de giras, la cual no es la única consecuencia en otra industria musical, la del directo.
“De alguna manera ayuda a descubrir y prescribir a través de playlists. Hay una correlación directa entre el descubrimiento y el acudir a un show futuro”, reconoce Joe Pérez-Orive, director de márketing del gigante Live Nation Entertainment en Barcelona, que apuesta por abundar en esa relación en el futuro.
Por qué comprar un disco entero
Por otra parte, con el “streaming” el consumidor de música no está obligado a adquirir un disco entero si lo único que le interesa es un tema, lo que devolvió a la industria a sus inicios, con el peso de los lanzamientos en los sencillos y no en los álbumes.
Asimismo, mientras una canción suene en Spotify genera dinero, de ahí la importancia de revitalizar el catálogo antiguo mediante diversas estrategias y figuras como Michael Jackson, “un icono de la cultura pop cuya música trasciende generaciones”, destaca Barbat, quien cita cómo la inclusión de “Bad” en una reciente película de animación para niños generó grandes picos de reproducciones.
Este apogeo, así como el de Youtube o la francesa Deezer (lanzada en abril de 2007), hizo que surgieran nuevos actores en escena, como Apple Music y Tidal (la plataforma “de los artistas”, fundada para mejorar su remuneración, pero dirigida por la elite entre ellos, véase Jay-Z o Beyoncé).
Pero la mayor sombra que se cierne sobre el futuro de Spotify tiene que ver con su balance económico, ya que desde su fundación se mantiene en pérdidas (1.500 millones de dólares en 2017, aunque sus ingresos han ido progresando: 2.370 millones de dólares en 2015; 3.600 millones en 2016 y 4.990 millones el pasado año).
A la búsqueda de números verdes y con mucho camino de crecimiento en la conversión de suscripciones gratuitas a “premium”, se busca ahora “reducir costos operativos mediante acuerdos directos con artistas de peso y permitiendo la distribución directa a artistas”, señala Ángel Navas, analista de la web Industria Musical.
“Los servicios de streaming viven un momento ideal para llegar a ser realmente servicios de masas, con rumbo a los 200 millones de suscriptores a nivel mundial. Solo en la primera mitad del año en EE.UU. han aumentado el número en 47,3% y las acciones de Spotify siguen bastante por encima de su precio de salida, lo que demuestra que Wall Street aún cree en la empresa”, subraya.
Fue el pasado 3 de abril cuando la plataforma digital hizo su debut en el mercado bursátil de Nueva York, uno de los más importantes del sector tecnológico en los últimos años, con la tercera cuantía mayor desde los lanzamientos de Alibaba y Facebook.
“El valor mundial de la industria de la música ronda los 17.000 millones de dólares, pero el de Spotify es el doble: 32.000″, destaca Barbat, optimista ante unas proyecciones que indican que, “a 5 o 10 años, la música volverá a estar en su mejor momento histórico”. EFE
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